miércoles, 19 de enero de 2011

Ni Gaspar ni Melchor


Si hay algo que tienen que saber sobre mi familia es que amo a mi abuelo. Mi abuelo Baltazar – maldita Valeria Masa que arruinó el nombre – era una persona increíble, sabía de todo, hacía de todo y sobretodo nos hacía partícipe a nosotros, sus nietos. Nos llevaba al almacén por el camino que recorría toda la montaña, nos compraba las golosinas que quisiéramos por duplicado, nos guardaba las revistas que queríamos o las Mafaldas del diario que yo coleccionaba, despotricaba contra los gatos o perros que se le metían en el jardín pero era el que los bautizaba y daba de comer y le encantaba componer canciones graciosas.

Fue mi abuelo el que me enseñó a ahorrar. Nunca me dijo “Tenés que ahorrar” o “Cuidá la plata” y sin embargo fue él. Un día me dio como 30 pesos en monedas todas para mí. No sé desde cuándo las juntaba ni por qué decidió dármelas, pero me acuerdo que eran mi tesoro, realmente nunca las conté, pero eran muchas, de todos los valores y eran todas solamente mías. No sé cómo hice pero las guardé, y si me tenté alguna vez con una golosina supe contenerme y ser mesurada, así seguí acumulando monedas en una alcancía de plástico con un candado sin llaves, porque era más fácil forzarlo que pensar dónde las había escondido.

Quizás le pase como a mí, pero las monedas son más fáciles de no gastar, una agarra dos billetes y listo, no hacen ruido ni llevan mucho tiempo de contar, entonces las monedas quedan. Hace una semana, mi amigo Ale pidió colaboración entre sus amigos para juntar monedas para su kiosco. Yo abrí mi alcancía y conté, tengo en monedas 30 mangos. Las separé en una cajita y le dije que “enseguida se las llevaba”, pero no lo hice. Tal vez sea perezosa, tal vez sea de avara o tal vez sea porque cada vez que abro mi alcancía me acuerdo de mi abuelo.

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